Me doy cuenta de que a las mujeres nos enseñan muy bien a hacerlo desde niñas y al final perdemos la cuenta.
Habrían pasado un par de años desde mi primera menstruación cuando intenté ponerme mi primer tampón* (nota al final).
Es más, antes de eso, recuerdo la frustración que sentía cuando, en pleno verano, no podía bajar a la piscina o ir a la playa en vacaciones porque menstruaba y la compresa era como un pañal. El primer día, el dolor. Después, la incomodidad y las manchas en las sábanas por la noche.
La primera vez que quise usar un tampón fracasé en el intento. Pensaba que jamás lo lograría, porque el dolor era bestial. Llegué a dudar de que allí hubiera espacio.
Meses después, en un viaje a Andorra con el colegio, una amiga que los usaba me animó a intentarlo de nuevo. Fuimos al baño, me hizo ponerme en cuclillas y con indicaciones sencillas y un poco de ánimo, ¡lo conseguí!
Me sentía súper adulta (y muy cómoda con el invento). Se acabaron las odiosas compresas, me dije. Aunque por las noches, seguía teniendo el mismo problema (ya sabes, nada de tampones por la noche).
Desconocía por completo los perjuicios de los tampones y compresas tradicionales. Leí en el prospecto sobre el riesgo de síndrome de shock tóxico, pero no me alarmó. Hasta ese punto hemos naturalizado los efectos secundarios de lo que nos llevamos al cuerpo. “Eso no me pasará a mí”.
Durante una década, seguí usando tampones sin dudarlo. Para mí, no existía otra alternativa hasta que descubrí la copa menstrual hace ya 8 años (en mi siguiente post te hablaré de ella).
Resulta que las mujeres menstruamos (sangramos) durante unos 3.000 días de nuestra vida, de media. Nuestro ciclo menstrual nos acompaña durante unos 30 años. Y no sabemos nada de nada. Tampoco nos lo enseñan. En muchos casos, ni nos importa. Porque hemos aprendido (y muy bien), que la regla es algo incómodo, molesto y hasta asqueroso.
Qué bien le ha salido al patriarcado nuestra desconexión durante siglos del ciclo menstrual, ya que conectadas aumenta nuestra sabiduría y poder. También nuestra capacidad de decidir de forma consciente cómo vivir nuestra salud íntima.
Pocas cosas son más empoderadoras que reconciliarnos con nuestro ciclo menstrual y con nuestra menstruación, ya que nos permite recuperar nuestra sabiduría femenina, nos ayuda a respetarnos más (a nuestros cuerpos, nuestras emociones y nuestras necesidades), nos enseña a cuidarnos mejor y, sobre todo, funciona como una brújula de nuestra propia salud.
Te lo digo por experiencia propia.
Porque cuando una mujer recupera su sabiduría corporal y menstrual, “transmite a la generación siguiente una imagen corporal y una relación con su cuerpo más positivas. De esta manera, se libera ella y libera a otras de la degradación patriarcal de lo femenino” - Dra. Christiane Northrup.
* ¿Sabes que los tampones y compresas llevan químicos nocivos para la salud? Entre ellos:
- DIOXINA: Se utiliza para blanquear, es tóxico y cancerígeno.
- ASBESTO (variedad del amianto): Aumenta el sangrado y, de esa forma, nos hace más dependientes de los productos.
- RAYÓN: Se utiliza para conseguir la absorción de los fluidos (todos, no solo el menstrual), lo que reseca la vagina, disminuye nuestra flora y, por tanto, nuestras defensas. Además, deja restos de fibras adheridas a las paredes vaginales, acumulando toxinas que pueden ocasionarnos infecciones y el síndrome del shock tóxico.
Tranquila, ¡hay esperanza! Te cuento cuáles son las alternativas en un par de semanas. Pero si quieres profundizar en el conocimiento de tu ciclo, ¡estás a tiempo de apuntarte a mi nuevo taller "Sabiduría Menstrual: Mujer cíclica".
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Recuerda, todo empieza por ti.
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